sábado, 29 de enero de 2011

EL PAÍS DE LAS FLORES AMARILLAS

         Esta historia que voy a contaros sucedió una vez hace mucho tiempo en un país muy lejano. Aunque parezca extraño, el país todo, era de color amarillo… y, además estaba terminantemente prohibido cualquier otro color, por decreto ley.
         Parece ser, según cuentan los más ancianos del lugar, que un buen día, los reyes de aquel país tuvieron un hijo,(después de mucho, mucho tiempo de desearlo inútilmente). Su radiante felicidad se truncó de repente cuando vieron al recién nacido. Al principio creyeron que no sería nada, que se pasaría a los pocos días, que era debido al trauma del nacimiento…pero, a medida que pasaban los días, sus esperanzas se iban alejando cada vez más.
         Por fin, después de estudiar el caso concienzudamente, todos los médicos del reino estuvieron de acuerdo en una cosa, aquello era una enfermedad de lo mas extraño que habían visto nunca, y seguramente el niño no viviría demasiado. No podían hacer nada, la enfermedad no respondía a ningún medicamento conocido y, por otro lado, el único síntoma visible de la terrible enfermedad era su piel, incomprensiblemente era toda de color amarillo intenso. Si, si, como lo oís. Pero no amarillo como los chinitos, no que va, ni mucho menos, era del color del sol cuando está en lo alto del cielo, dolían los ojos solo de mirarlo!
         Los pobres reyes, estaban muertos de preocupación y de tristeza y no dejaban de llorar y de romperse la cabeza pensando en qué deberían hacer. Lo único que se les ocurrió era esconderlo de la vista de todos, para que nadie pudiese decir nada del niño que hiriese sus sentimientos.
         Poco a poco, el tiempo fue pasando, y en contra de todos los pronósticos, el niño crecía con normalidad, si exceptuamos el color de su piel que seguía siendo amarillísimo.
         Los reyes cada vez más preocupados, se preguntaban qué sería del pobre príncipe cuando descubriese que era distinto a todo el mundo. Y los demás…¿Dirían que era un monstruo?
         Por fin se les ocurrió una gran idea: “si conseguían que todo a su alrededor fuese del mismo color que el pequeño príncipe, él niño no notaría nada extraño y creería que era normal y…siempre habría tiempo de explicaciones cuando fuese mayor y pudiese entenderlo.
         Dicho y hecho. El rey se puso manos a la obra y mandó pintar la habitación del principito de color amarillo, amarilla pintaron la cuna, amarillas las cortinas, amarillas las alfombras y hasta las flores que decoraban la estancia eran de color amarillo.
         A medida que el príncipe iba creciendo, también iba extendiéndose el color amarillo, por todas partes por donde él pasaba. Total que para que el príncipe no sospechase nunca que era diferente, hasta los sirvientes de palacio y los mismos reyes se  pintaron la piel del mismo color.
         La obsesión del monarca llegó hasta tal límite, que prohibió, en todo el reino, cualquier color que no fuese el amarillo y, hasta las flores del campo, que no eran amarillas, fueron desterradas para siempre.
         Así estaban las cosas en aquel país, cuando a nuestra protagonista se le ocurrió nacer en un bosquecillo cercano a palacio. Se llamaba Violeta y era de un hermoso color lila clarito.
         Su llegada armó un gran revuelo entre las flores de los alrededores: “¡¡¡-Como se atrevía aquella desvergonzada-”!!! ¿-Es que no había visto el cartel-?- Seguro que el rey les echaría la culpa a ellas y las mandaría arrancar a todas por desobedientes-  (pensaron asustadas) “¡-Había que conseguir echarla como fuese-”!
         Ajena a lo que sucedía a su alrededor, Violeta crecía feliz, sin imaginarse la que se le venía encima. Estaba algo extrañada de que en aquel lugar sólo creciesen flores amarillas, pero no le dio demasiada importancia hasta el día en que una descarada Rosa, se acercó para pedirle, de muy malos modos, que se marchase de allí. ¡-No era bien recibida en aquel lugar-!... y hasta le pinchó con sus espinas.
         La pobre Violeta se quedó de una pieza, no entendía ni torta…pero…pero…            ¿Qué le había hecho ella-?
         A pesar de que Violeta era una florecilla encantadora y divertida, que siempre estaba cantando y dispuesta a alegrar la vida a todos los que conocía, se sintió tan mal que estuvo varios días triste, cabizbaja y pensativa. No podía esbozar ni una pequeña sonrisita. Sentía que allí nadie la quería. Nadie la saludaba nunca, ni la miraban siquiera.
         A pesar de todo, cuando lo pensó mejor, decidió que lo mejor era preguntar y saber en qué les había ofendido tan gravemente como para que quisieren echarla. No creáis que le fue fácil, no, nadie quería hablar con ella. Todas le daban la espalda por miedo a las represalias.
         Solo una humilde margarita, aunque con miedo, se atrevió a mirarla y a contarle lo que sucedía.
 Violeta pensó que aquello era increíble, nunca en su vida había oído historia tan disparatada. Pasó del asombro a la indignación -¡Había que hacer algo, era ridículo!- A ella no le importaba ser diferente a los demás, es mas, le encantaba ser como era. ¿Como podía haber alguien que pensase de esa forma-?
         Ella sabía y creía que cada ser vivo era único y diferente y así tenía que ser, porque la vida sería muy aburrida si todos fuésemos iguales…
Después de darle muchas vueltas al asunto, llegó a una conclusión, no sabía como, pero debía hablar con el príncipe. ¡-A lo mejor no estaba todo perdido-…!
         Las demás, dijeron que estaba loca y que sólo conseguiría que la desterraran, pero ella no cejó en su empeño, y empezó a pensar en la manera de arreglar aquel disparate. Era consciente de que tan solo era una humilde flor, sin ningún poder, pero no soportaba las injusticias y le parecía muy injusto que cualquier ser fuese juzgado y eliminado, solamente por su color.
         Pidió a su amigo viento que le ayudase y trasportara una de sus semillas hasta el jardín de palacio, una vez allí, el sol y la lluvia hicieron el milagro y una pequeña Violeta brotó justo al lado del camino por donde todos los días paseaba el pequeño príncipe amarillo.
         Cuando lo vio le dio mucha pena. Iba con la mirada perdida, sin prestar atención a nada de lo que le rodeaba. Parecía profundamente aburrido y cansado. ¡-Pobre príncipe-! Violeta sintió una gran ternura por ese pobre niño, que lo tenía todo, menos la verdad. Tenia que decírsela aunque la rompiese y pisotease. No podía soportar aquello.
         Cuando pasó por su lado, Violeta lo llamó en voz bajita para no asustarlo.-¡Príncipe, Príncipe, ven por favor!- El principito, sorprendido, creyó que estaba soñando, -allí no había nadie,- ¿-Quién podría llamarlo-…? Buscó con la mirada hacía donde procedía aquella vocecilla. Su cara se iluminó al ver a aquella rara florecilla que jamás había visto. –¿Quien eres tu?- Le preguntó extrañado. -Nunca te había visto por aquí. -¿-De donde eres? – ¿Como te llamas?...
         Ella, en seguida se dio cuenta de que no tenía nada que temer de aquel niño y le contó todo lo que ella sabía y lo que las demás le habían contado. También le contó el miedo que todos tenían a desobedecer el mandato del rey. El le prometió que la protegería y no permitiría que nadie le hiciese daño alguno. Tenía mucha curiosidad por saber cosas de esos seres de colores diferentes, que ella decía conocer.
         A partir de entonces, se hicieron grandes amigos y todos los días hablaban y hablaban intentando encontrar una solución al problema.
 Al príncipe se le ocurrió hablar con su padre el rey. Sabía perfectamente que su padre le quería mucho, aunque no entendía nada del por qué de todo aquello. ¡Seguro que él tenía una buena razón para haberle ocultado todas aquellas maravillas que Violeta le contaba!. ¡Aunque, la verdad no sabía que poderosa razón podría ser esa.!
         El rey, le explicó sus motivos, afligido al darse cuenta de su equivocación. Su intención había sido evitarle sufrimientos. No quería que se sintiese diferente de los demás.
         El príncipe comprendió a su padre y lo perdonó por haberlo engañado durante tanto tiempo. Todo se aclaró y, a partir de aquel día, miles de flores de todos los colores del mundo poblaron aquel pequeño país.
         El amarillo país, se convirtió en un lugar multicolor y alegre, donde todo el mundo quería y admiraba a su príncipe aunque fuese amarillo, y nunca más nadie tuvo que esconderse por ser diferente.

                                         F     I    N

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